¿Cómo reunir en un cómic a la Primera Guerra Mundial, los agujeros negros, los virus interestelares e incluso a tipos azules al estilo Avatar? Jeff Lemire lo tiene muy claro: Con el amor, por supuesto. La necesidad del ser humano de no sentirse solo lo puede todo, y parece que con este cómic ha quedado demostrado.
No quiero inducir a error: No estamos ante una historia de amor propiamente dicha, aunque la esencia, el fondo de la trama, el pegamento que une a mundos tan dispares como el de primeros del siglo XX y el del siglo XXXVIII sea algo tan romántico como que la salvación de la humanidad depende de una flor: el Trillium.
Esta es la premisa de la que parte el último trabajo de Jeff Lemire como autor completo (aunque en el color ha pedido ayuda a José Villarrubia) y que recibió la nominación al Eisner por la mejor serie limitada. Dos protagonistas; dos mundos; un cómic. Por un lado, William, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial con el alma y la cordura partida, como tantos y tantos. Por el otro, Nikita, una xenóloga. ¿Que eso qué es? Yo también me lo estaba preguntando, pero creo que lo podría resumir como una científica, bióloga y diplomática al servicio del ejército. Algo tipo la Doctora Grace Augustine en Avatar (sí, el apellido lo he tenido que buscar). Mientras que la aventura para William comienza en busca del llamado "Templo perdido de los incas" en el corazón del Amazonas, la de Nikita lo hace en Atabithi, un planeta de una galaxia muy lejana donde se supone se halla la cura a un terrible virus ("La cuña") que amenaza con aniquilar lo poco que queda de la raza humana.
A partir de aquí, nada es lo que parece y lo que bien podría haber sido como esa típica (y no por ende insulsa) trama de la búsqueda de la cura de un virus fatal se torna en todo un cómic profundo e intenso sobre la razón de existir del ser humano, los traumas infantiles y la soledad, llegando al punto de tener que detenernos en varias ocasiones a recapitular sobre lo sucedido si no queremos que en nuestra cabeza todas esas ideas den vueltas y vueltas como por momentos lo hacen las viñetas del cómic.
Por suerte, el trabajo de Lemire es espléndido. Sin desvelar los ases del tebeo hasta bien entrada la trama, mantiene la tensión e intriga, y es espectacular cómo una "mano invisible" nos acompaña página tras página sin dejar que nos perdamos en ese espacio - tiempo en el que caen sus protagonistas, pese a la profundidad y complejidad del cómic. Todo un despliegue de creatividad, sensibilidad y maestría del canadiense que confirma lo que ya se sabía: al bueno de Jeff no solo se le da bien guionizar en DC, sino que es un crack en el mundo del cómic independiente. Eso sí: debemos mirar más allá de lo que nos están contando para poder apreciar todo el cómic en sí; si no lo conseguimos, puede que la lectura del álbum termine por hacerse pesada y abstracta.
¿El resultado? Una oda del espacio - tiempo donde los recurrentes agujeros de gusano tejen los hilos de un cómic capaz de atravesar las páginas para demostrarnos que el amor no solo es capaz de hacer sentir a una máquina o juntar a dos personas aunque pertenezcan a mundos dispares, sino que los puede fusionar en un todo, en un único objeto, en, ¿por qué no? Una estrella fugaz...