El primer escollo con el que me encuentro a la hora de catalogar (más bien, "etiquetar") este cómic dentro del género francobelga es que su falta de "normalidad" me ha tenido confundido hasta bien entrado en materia. Sin duda, este tipo de lecturas que rezuman originalidad por los cuatro costados requieren de una mente abierta y una gafas especiales para no perder detalle, y yo...no uso gafas.
Dicho esto, con o sin lentes me he conseguido adentrar en sus páginas y lo que he encontrado ha sido...Bueno, ¡empecemos por el principio!
Recuerdos del Imperio del Átomo es un tomo obra del veterano Smolderen (guionista de Gipsy, junto a Marini) y Clerisse (Jazz Club) que nos ha traido el jovencísimo sello europeo de ECC este pasado mes de abril, SpacemanBooks.
El cómic narra parte de la vida de Paul, un "escritor de ciencia ficción" (esto es lo que dice la contraportada del tebeo, pero lo cierto es que en ningún momento se dice que sea tal cosa). A mi modo de entender la historia, porque sí, esta lectura también requiere un cierto esfuerzo de comprensión, sobre todo, durante la primera parte, Paul es casi un "genio" que trabaja en el Pentágono, en Washington, hasta que un día sus superiores descubren que cree estar en contacto telepático con un héroe galáctico de un futuro bastante lejano (Zarth Arn), momento en el que es dado de baja y enviado al psiquiatra para su "recuperación". Cuando parece haber sanado de su aparente trastorno, una llamada de un reputado consultor del Pentágono, Gibbon Zeblub, le invita a su casa para un "experimento"...Experimento que le hará cometer un acto irreparable.
Como se suele decir, "hasta aquí puedo leer". A priori, es algo más que una trama sugerente, la verdad, y el dibujo lineal y onírico de Clerisse, cargado de referencias, le va que ni pintado a un guión que no deja ni un segundo de caminar por ese fino hilo que, a veces, separa realidad de ficción, siendo finalmente el lector el que tiene la última palabra sobre si creer en la locura de Paul, o en la del resto de la humanidad. Lo cierto de todo esto es que nos encontramos con un cómic que aúna entre sus viñetas escenas de género negro, espionaje y desvaríos con una trama en la que -Mini Spoiler ON- no deja de haber un villano que pretende ser el amo del mundo y un héroe que se interpondrá en su camino (disculpadme tan burda simplificación; sé que el cómic aporta muchísimo más, pero conocer esta idea de primeras creo que haría la experiencia mucho más placentera desde el principio) -Mini Spoiler OFF-.
Sin embargo, y pese a que soy alguien que valora muy positivamente la creatividad y las "nuevas formas" de contar una historia ya manida, este Recuerdos del Imperio del Átomo me ha resultado, por momentos, muy difícil de entender; tanto, que en varias ocasiones me ha tenido al borde de la locura, nunca mejor dicho. La historia se nos cuenta como si de un puzle desordenado se tratara y, al menos, es de agradecer el previo aviso que nos da Smolderen en una de las primeras escenas..."Aquel día, algo había traspasado el cosmos y barajado las cartas de su destino...irremediablemente...Tanto que le resultaba imposible saber en qué orden debía contar su historia para que tuviera algún sentido...".
A partir de ese momento, una sucesión de secuencias, flashbacks y conversaciones telepáticas nos crean una sensación de estar bailando un música diferente a la que suena. Somos conscientes de estar encajando piezas , pero no tenemos visión de conjunto alguna ni portada en la que mirar cómo debe quedar (tampoco parece importarle a Smolderen al principio). Es lo que se llama, en toda regla, experimentar un "salto de fe". Afortunadamente, tras ese paso al vacío tocamos suelo cuando ya nada parecía tener sentido, y es a partir de ese momento (han pasado unas 35 páginas) cuando empezamos a inmiscuirnos en el quid de la cuestión para darnos cuenta, finalmente, que después de todo no era una trama tan complicada.
Con esto no quiero decir que no lo recomiende. Una vez acabado, la visión en su conjunto me es muy gratificante y la inmensidad de referencias, guiños y homenajes a los años 50 y a la sociedad en general hacen que las relecturas sean muy ricas (eso sí, hay que tener conocimiento de época para degustar su mayoría). Sin embargo, me gusta leer un cómic que no me cuente dónde voy a terminar, qué va a pasar o cómo va a ocurrir, pero que al menos sí me dé un poquito de información sobre aquella pregunta que se hacía Platón en su día..."¿Qué cabe esperar?" En este sentido, la frase que os he incluido en el mini spoiler creo que, a los prediquen con lo que acabo de exponer, les será de gran ayuda a la hora de afrontar esta lectura y disfrutarla desde el principio (yo la hubiera agradecido antes de comenzar el cómic, la verdad).
Un vez más, volvemos a la frase de Robert Mckee..."Una historia no es solo lo que se explica, sino también la forma de explicarlo".
Un consejo antes de terminar: Si os van las lecturas "inteligentes" y más que ricas en detalles, ni lo dudeis. Para los que, como yo, nos gustan este tipo de lecturas pero no somos tan "inteligentes", dadle una oportunidad, porque os prometo que cuando termineis de leerlo y lo pongais en la estantería, cada vez que paseis por su lado os entrarán ganas de volver a leerlo y disfrutarlo (a mi me pasa).
Pd. ¡Chapeau por la edición: tapa dura y papel mate!
¡La lectura enriquece el alma!
El cómic narra parte de la vida de Paul, un "escritor de ciencia ficción" (esto es lo que dice la contraportada del tebeo, pero lo cierto es que en ningún momento se dice que sea tal cosa). A mi modo de entender la historia, porque sí, esta lectura también requiere un cierto esfuerzo de comprensión, sobre todo, durante la primera parte, Paul es casi un "genio" que trabaja en el Pentágono, en Washington, hasta que un día sus superiores descubren que cree estar en contacto telepático con un héroe galáctico de un futuro bastante lejano (Zarth Arn), momento en el que es dado de baja y enviado al psiquiatra para su "recuperación". Cuando parece haber sanado de su aparente trastorno, una llamada de un reputado consultor del Pentágono, Gibbon Zeblub, le invita a su casa para un "experimento"...Experimento que le hará cometer un acto irreparable.
Como se suele decir, "hasta aquí puedo leer". A priori, es algo más que una trama sugerente, la verdad, y el dibujo lineal y onírico de Clerisse, cargado de referencias, le va que ni pintado a un guión que no deja ni un segundo de caminar por ese fino hilo que, a veces, separa realidad de ficción, siendo finalmente el lector el que tiene la última palabra sobre si creer en la locura de Paul, o en la del resto de la humanidad. Lo cierto de todo esto es que nos encontramos con un cómic que aúna entre sus viñetas escenas de género negro, espionaje y desvaríos con una trama en la que -Mini Spoiler ON- no deja de haber un villano que pretende ser el amo del mundo y un héroe que se interpondrá en su camino (disculpadme tan burda simplificación; sé que el cómic aporta muchísimo más, pero conocer esta idea de primeras creo que haría la experiencia mucho más placentera desde el principio) -Mini Spoiler OFF-.
Sin embargo, y pese a que soy alguien que valora muy positivamente la creatividad y las "nuevas formas" de contar una historia ya manida, este Recuerdos del Imperio del Átomo me ha resultado, por momentos, muy difícil de entender; tanto, que en varias ocasiones me ha tenido al borde de la locura, nunca mejor dicho. La historia se nos cuenta como si de un puzle desordenado se tratara y, al menos, es de agradecer el previo aviso que nos da Smolderen en una de las primeras escenas..."Aquel día, algo había traspasado el cosmos y barajado las cartas de su destino...irremediablemente...Tanto que le resultaba imposible saber en qué orden debía contar su historia para que tuviera algún sentido...".
A partir de ese momento, una sucesión de secuencias, flashbacks y conversaciones telepáticas nos crean una sensación de estar bailando un música diferente a la que suena. Somos conscientes de estar encajando piezas , pero no tenemos visión de conjunto alguna ni portada en la que mirar cómo debe quedar (tampoco parece importarle a Smolderen al principio). Es lo que se llama, en toda regla, experimentar un "salto de fe". Afortunadamente, tras ese paso al vacío tocamos suelo cuando ya nada parecía tener sentido, y es a partir de ese momento (han pasado unas 35 páginas) cuando empezamos a inmiscuirnos en el quid de la cuestión para darnos cuenta, finalmente, que después de todo no era una trama tan complicada.
Con esto no quiero decir que no lo recomiende. Una vez acabado, la visión en su conjunto me es muy gratificante y la inmensidad de referencias, guiños y homenajes a los años 50 y a la sociedad en general hacen que las relecturas sean muy ricas (eso sí, hay que tener conocimiento de época para degustar su mayoría). Sin embargo, me gusta leer un cómic que no me cuente dónde voy a terminar, qué va a pasar o cómo va a ocurrir, pero que al menos sí me dé un poquito de información sobre aquella pregunta que se hacía Platón en su día..."¿Qué cabe esperar?" En este sentido, la frase que os he incluido en el mini spoiler creo que, a los prediquen con lo que acabo de exponer, les será de gran ayuda a la hora de afrontar esta lectura y disfrutarla desde el principio (yo la hubiera agradecido antes de comenzar el cómic, la verdad).
Un vez más, volvemos a la frase de Robert Mckee..."Una historia no es solo lo que se explica, sino también la forma de explicarlo".
Un consejo antes de terminar: Si os van las lecturas "inteligentes" y más que ricas en detalles, ni lo dudeis. Para los que, como yo, nos gustan este tipo de lecturas pero no somos tan "inteligentes", dadle una oportunidad, porque os prometo que cuando termineis de leerlo y lo pongais en la estantería, cada vez que paseis por su lado os entrarán ganas de volver a leerlo y disfrutarlo (a mi me pasa).
Pd. ¡Chapeau por la edición: tapa dura y papel mate!
¡La lectura enriquece el alma!