¡Continúa la batalla de los cien años, que enfrentó a franceses e ingleses entre los años 1337 y 1453!
Nicolas Jarry, France Richemond y Theo nos narran esta historia en donde los campos de batalla, las intrigas de palacio y las traiciones marcaron el trascurso de un conflicto que cambiaría Europa.
Esta línea editorial de Yermo tiene un pro y un contra, ambos muy claros aunque, como todo, habrá para quien ni uno sea una cosa ni otro la otra: Por un lado, acercarnos a la historia por medio de este arte es toda una delicia para todos aquellos que no conseguimos pillarle el puntillo a la asignatura homónima en el colegio pero, por otro, el inevitable periodo de tiempo que transcurre entre la publicación de un tomo y el siguiente hace casi indispensable la re-lectura de los números anteriores, sobre todo cuando estamos hablando de títulos nobiliarios y numerosos personajes históricos.
Dicho esto, el segundo tomo de El trono de arcilla continúa la narración del primer número, dándole un cada vez mayor protagonismo a la figura de Juana de Arco, la cual parece estar destinada a ser la llave que decante la balanza de una vez por todas.
Por otro lado, Jarry y Richemond desarrollan, a lo largo de los tres álbumes que recopila este segundo integral, un diálogo histórico que va alternando entre las más viles traiciones y las batallas campales, aunque he de decir que en este último punto he encontrado al italiano Theo algo más conservador que en el primer recopilatorio. Pese a la brillantez de su trazo y a la maestría con la que ambienta cada escena (ayudado por la inestimable paleta de color de Lorenzo Pieri), precisamente las secuencias de acción quedan en este segundo integral más escuetas, resolviéndose algunas casi a título informativo en un par de hojas. No digo que esto haya sido decisión del dibujante, ni muchos menos, pero creo que le ha robado parte de la épica que destilaba la saga en sus inicios. ¡Espero que para el tercero la recupere!
Concluyendo, El trono de arcilla. Volumen 2, mantiene el listón allí donde lo dejara su hermano mayor y, aunque algunos flecos podrían haberse pulido, estamos ante la prueba viva de que el género histórico no solo puede entretener, sino que merece la misma atención que sus otros hermanos de armas, como la aventura o el polar.
La lectura enriquece el alma,