Un cómic no autobiográfico del canadiense Guy Delisle.
El encabezamiento de esta reseña no es casual, pues son pocas las oportunidades de encontrar obras del canadiense que no sean autobiográficas, y es que nuestro amigo Guy es el rey de las crónicas personales de contenido periodístico y en tono de humor. Una mezcla que ha tenido como resultado el merecido éxito y acogida de tomos como: Pyong Pyang, Shenzen, Crónicas Birmanas y Crónicas de Jerusalén. Me gustan también y de forma especial sus incursiones en el mundo infantil en “Diarios de un mal padre”, que se disfrutan de una tacada, siempre con una sonrisa esbozada en la cara.
Esta vez, ha roto con sus esquemas previos e incluso se aleja del tono de humor que desprenden sus obras anteriores. Y el resultado, señoras y señores, ha sido un soplo de aire fresco en su bibliografía, que lo sitúa en la cúspide de los grandes periodistas en viñetas.
La historia está basada en las múltiples conversaciones mantenidas por Delisle con el protagonista real, que le narra con detalle su secuestro, ocurrido en la ciudad de Nazrán, en la república de Ingusetia cerca a la frontera con Chechenia, cuando apenas llevaba unos meses como cooperante en una ONG. Esto, que en un periódico daría lugar como mucho a un reportaje de dos páginas, se convierte en manos del autor en un tomazo de 400 páginas que se lee sin respiro.
En definitiva, el cómic convierte un suceso por desgracia bastante corriente en aquellos lares, en una verdadera crónica de lo que supone pasar más de tres meses encerrado. Para ello, el lenguaje del cómic se presta como anillo al dedo y son las viñetas, que se repiten de forma inexorable, las que logran transmitir la angustia y lentitud del paso del tiempo, eso sí, salpicado con episodios de mayor tensión o acción cuando ocurría algo fuera de lo normal. Y hasta aquí puedo leer del argumento porque es mucho mejor adentrarse sin mucha información y dejarse llevar por la historia.
En cuanto al dibujo, Delisle sabe lo que hace y lo demuestra en cada página cuyo diseño es una lección de cómo se elabora una buena historia en viñetas. La paleta de colores tenues es otro acierto del autor y el estilo, quizás menos caricaturesco que en anteriores cómics y nada recargado, contribuye a que te fijes en lo necesario y a la fluidez de la trama.
La edición en tapa dura y con un papel de calidad es irreprochable y se sumará sin duda a los éxitos de Astiberri.