La muerte de Stalin... un cómic que, a priori, solo sería interesante para aquellos con un mínimo interés por dicho personaje, la "madre Rusia" y el periodo histórico donde todo sucede, pero... olvidas algo.
¡Se trata de uno de los mejores guionistas de la bd actual, Fabien Nury! ¡Te va a gustar, vaya de lo que vaya!
Buitres. Son todos unos buitres. No importa cómo visten, de qué parece que hablan o cuáles son los colores de su ropa interior. Son todos unos buitres.
Esto es, en gran parte, lo que se desprende de la lectura de La muerte de Stalin. Si algo nos ha enseñado la historia, además de a matarnos unos a otros, ha sido que el poder, en cuanto en más manos esté repartido, mucho mejor; si no, se corre el riesgo de sufrir los abusos de esas pequeñas "élites" que ostentan el cetro, un cetro que corrompe, sí, pero que en manos de unos ya podridos, es temible.
Fabien Nury, al que le acabo de dedicar un especial en Youtube, y el dibujante Thierry Robin, trasladan al noveno arte la muerte del caudillo ruso pero, sobre todo, plasman en este integral hasta qué punto llegan las ansias de poder del ser humano, capaz de repartirse un pastel que aún no está hecho y ver con una sonrisa en la cara cómo a cada segundo que pasa la esperanza de vida del líder de tu propio bando se divide entre dos, sin hacer nada al respecto.
La muerte de Stalin es una historia dramática, no solo por lo que cuenta y cómo lo cuenta, sino por su elenco de protagonistas, encabezados por el ministro de interior y miembro del Comité central del partido comunista de la Unión Soviética, Lavrenti Pavlovich Beria, una bestia con piel humana, aunque muy bien caracterizado por Thierry Robin con unas claras facciones simiescas.
Hablando del dibujante, Robin utiliza sabiamente ese símil entre el carácter de los protagonistas y sus actuaciones y las figuras y aptitudes que se les presupone a determinados animales, como la rudeza de un mono, la traición del cuervo o la vileza del buitre. Todo un punto a favor de este artista desconocido para mí hasta la fecha.
Y sobre Nury... qué voy a decir. El guionista francés demuestra una vez más su buen hacer, haciendo gala de una ardua labor de documentación que, aunque a veces contradictoria -como él mismo admite en una breve introducción-, es lo suficientemente extensa como para no tener que echar mucha mano de la imaginación, regalándonos una trama que, pese a no llamarme especialmente, me enganchó de tal manera que la devoré en una hora escasa. Además, quiero señalar que, pese a la aparente complejidad del asunto, el cómic se lee con agilidad y sin dificultad alguna, trabajo que también hay que agradecer a la capacidad narrativa de Robin.
Fabien Nury sigue siendo todo un seguro. No hace ni falta enterarse de qué va su próximo trabajo; con tener el dinero, basta.
La lectura enriquece el alma,