Ciencia ficción de la que te da que pensar. Eso es Shangri-la, en estado puro.
Un cómic que está a punto de alcanzar su tercera edición, cuando aún no ha cumplido si quiera un año desde que Dibbuks lo publicara.
Shangri-la, un paraíso terrenal donde todo es perfecto, un remanso de inmortalidad, un refugio... Sus distintas acepciones son solo la primera señal de las múltiples lecturas que nos esperan.
Mathieu Bablet, solo visto por España por haber participado en alguna de las historias de Doggy Bags, también editado por Dibbuks, pero con una carrera en Francia algo más larga, con títulos como Adrastée, La belle mort o la saga en la que está inmerso ahora, Midnigth Tales -un historia fantástica, y fantasmagórica-. ¡Ya es bastante para un chaval de 31 años!
Pero vamos con Shangri-la, un cómic que se sitúa a la cabeza del género y lo eleva un paso más allá, como ya hicieran otras obras como Hoy es un buen día para morir, de Colo.
Un futuro postapocalíptico. Una "humanidad" recluída en una gigantesca estación espacial, pues ya han logrado cargarse el planeta Tierra y hacerlo inhabitable. Una multinacional que se ha hecho con la hegemonía, implantando un consumismo feroz entre la población. Unos científicos que sueñan con ser Dios y crear una nueva vida mediante la peligrosa e incontrolable Antimateria. Una nueva raza de animales humanizados -animoides- que sufren el racismo de sus creadores. Y una REVOLUCIÓN, que lucha por despertar el espíritu de una sociedad esclava.
Con todo esto dicho, queda claro que no estamos ante una aventura de ciencia ficción, sino ante una historia bastante más profunda, donde se someterá a juicio al propio ser humano, con todas sus miserias, y al Sistema, uno único y perfecto. Perfecto, porque ha conseguido reducir todas nuestras decisiones al mínimo. Nos lo ha puesto todo muy FÁCIL, y la mayoría es feliz por ello.
Mathieu Bablet, Matty a partir de ahora, teje un paralelismo perfecto entre nuestra sociedad actual y su postapocalíptica, hasta el punto de dar miedo. El reflejo es tan preciso que, por momento, Shangri-la se convierte en una ventana desde donde pudiéramos asomarnos a uno de nuestros futuros posibles. No falta ingrediente alguno. Matty traslada a las viñetas nuestro capitalista sistema, y lo único que hace es llevarlo todo a su evolución natural, clavando en el aire esta reflexión: Si la sociedad sigue así, ¿acaso no sería más que factible pensar que este cómic sería real?
Lo bueno de estas historias es precisamente eso: una trama que parte de pura ficción, va avanzando y, conforme lo hace, te da píldoras de dura realidad. Donde antes todo era "imaginación", de repente hay situaciones o hechos que funcionan como una bofetada y nos dicen: "Eh, esto es real, esto está pasando ya". Poco a poco, vas planteándote si el hecho de catalogarlo como "ciencia ficción" no es solo un envoltorio. Entonces continúas avanzando, porque "¡JODER! Este cómic acaba de soltarme un galletón y, maldita sea... ¿cómo puede ser que quiera otra?" Entonces sigues leyendo, y cada vez los paralelismos con nuestra sociedad se hacen más evidentes, más crudos, más salvajes... hasta que pasas la última página.
No hay sonrisita por el beso final, la manida despedida o el incorregible llanero solitario que vuelve a partir hacia lo indómito. Solo un gesto serio, reflexivo. Y la inequívoca creencia de que, una vez más, Dibbuks ha acertado: una nueva joya se incorpora a su catálogo, y a tu estantería. A ese estante de "cómics que prestar a todo aquel que diga que los cómics son cosa de niños".
Es curioso como un cómic de ciencia ficción puede llegar a ser tan real como la vida misma. Tan real que asusta. Bravo por Bablet, bravo por Dibbuks y bravo por todos los que, como yo, disfrutan estas lecturas como nadie.
La lectura enriquece el alma,
Dani S.