Como pasa con otros géneros, como la ciencia ficción o el bélico, cuando uno se acerca a un cómic catalogado como western, presupone unos ciertos rasgos propios; unos rasgos que pueden gustarle o no.
En la mayoría de los casos, esta categorización nos ayuda a elegir entre unas u otras obras. Si a ti te gusta el western, este cómic de Loo Hui Phang y Frederik Peeters, de primeras, tiene más posibilidades de gustarte que otros de un género que no te simpatice tanto -se supone-.
Sin embargo, lo realmente interesante ocurre cuando las cosas son distintas a lo que parecían iban a ser: es ahí cuando ocurre... la MAGIA.
Sí, hay indios, la inmensidad "horizontal" de los territorios comanches, revólveres, caballos desbocados y sombreros de ala ancha. Pero es solo una envoltura que a ti, si te gusta el western, te resultará más atractiva que a mí, por ejemplo, que no me gusta. En este cómic espera una historia que, bajo esa estética del oeste, esconde una fantasía oscura y romántica, sin pelos en la lengua.
Recuerdo que Astiberri trajo "lo nuevo" de Frederik Peeters para el Salón del cómic de Barcelona de hace un par de años y, si bien es cierto que ya no es ni una sombra de lo que fue, las editoriales se siguen guardando alguna bala de plata para esas fechas. Ese fue uno de los motivos por los que me fijé en él. Y el otro fue una sinopsis que ya de por sí dejaba intuir lo que te he contado más arriba:
Texas, 1872. Recién acabada la guerra de Secesión, el Gobierno americano reanuda las campañas de exploración de los territorios situados al oeste del Misisipi. El geólogo Stingley piensa aprovechar para atribuirse un inmenso terreno donde planea crear una nueva sociedad, aunque eso conlleve expulsar a los comanches que pueblan esta región desde hace siglos. Acompañado por el fotógrafo Oscar Forrest y por el joven Milton, que están allí más bien por huir de su pasado, ese cínico iluminado recorre las grandes llanuras de Texas en busca del sitio idóneo para edificar su sueño de civilización. Entre sus dos compañeros de viaje se irá estableciendo poco a poco una relación ambigua, en un entorno grandioso que nutre su apetito de libertad. Pero extrañas sombras merodean el campamento, y la todopoderosa naturaleza se dispone a desvelar turbios secretos.
Lo único que hizo que no me lanzara a por él en ese momento, fue el temor a que la historia se fuera de madre y resultara ser poco más que una sucesión de desnudos y escenas de sexo esplícito, que abandonan el servicio a la trama para convertirse en un mero reclamo comercial o una válvula de escape para sus autores.
Hoy puedo decir, más feliz que una perdiz, que mis intuiciones -salvo esta última- estuvieron en lo cierto. El olor de los muchachos voraces es una historia muy bien contada y con ingredientes de distintos géneros, que la transforman en pura originalidad y frescura. La agilidad en el guión de Phang, acrecentada por los agradables trazos de Peeters, hacen del cómic una experiencia más que agradable.
Pero mención aparte se merecen tres puntos: los personajes, la historia en sí y el color. Estos tres convierten una experiencia agradable en otra memorable.
Por una parte, tenemos los personajes ideados por Phang y a los que da vida el pincel de Peeters. Uno sabe que los protagonistas de una obra están definidos con maestría cuando, en tan solo una primera escena, ya se puede esgrimir un boceto detallado de su psique, sabiendo que de ellos cabe esperar mucho más de lo que a priori se nos intenta hacer creer. ¡La clave están en contar mucho con poco!
Por otra, la historia: una trama que se desarrolla con soltura, pero entre tenebrosos rincones. Como si vieras a través de una lente de cámara, el objetivo se va abriendo poco a poco, mostrando nuevos y jugosos detalles de la imagen que no hacen sino evidenciar la existencia de otros, aún ocultos y todavía más sorprendentes.
Y por último, el color. Como si de un lazo de western se tratara, te atrapa y obliga a seguirle allá donde vaya, con una sonrisa de oreja a oreja.
El olor de los muchachos voraces es un cómic redondo, fiel reflejo de la vida misma, aderezada con un toque de fantasía. Y es que solo las historias de vida pueden albergar en sus venas todos los sentimientos, géneros... y maldiciones.
La lectura enriquece el alma,
Dani S.