1913. Europa no se espera las gravísimas consecuencias y los millones de vidas que se cobrará la que bautizarán como La Gran Guerra.
Ajena a dicho conflicto, Francia trata de mantener el orden en sus colonias del Sahara, y las tropas allí destinadas tendrán que luchar por sus vidas en un continente tan exótico y bello, como peligroso y hostil para el extranjero.
Es tiempo de valerosos soldados.
Es tiempo de leyendas.
Es tiempo de Historia... por "Los cuatro rincones del mundo".
Ponent Mon nos ha traido este septiembre la nueva obra de Hugues Labiano (Dixie Road, Black Op), Los cuatro rincones del mundo, completa y en formato integral. Este tomo recopila los dos álbumes de la saga, y nos tienta con una sinopsis no apta para amantes del desierto y los hombres que se forjan su propio destino bajo las estrellas de Las mil y una noches.
Adscrito al género bélico, este cómic nos relata un episodio histórico de nuestra era, valiéndose de hechos y personajes reales para situar y poner en valor a nuestro elenco de ficticios protagonistas, pertenecientes -en su mayoría- a las compañías meharistas francesas -llamadas así por la raza del dromedario que montaban-, que se encargaban de patrullar la porción del Desierto del Sahara perteneciente al Imperio francés y velar por la seguridad de sus gentes y los intereses de Francia, todo sea dicho.
Es bajo este contexto que conocemos a los que serán nuestros tres protagonistas: Afellan, un hombre del desierto de la tribu Kel Ahaggar, el alférez Dupuy y el capitán y una leyenda viviente, Barentin.
De los tres, es el alférez Dupuy el elegido por Labiano para enseñarnos la belleza del desierto, el peligro que encarna el trabajo de meharista y desgranarnos la icónica figura del capitán Barentin. Seguiremos los pasos de este alférez desde su llegada al Sahara, viviendo la escasez de agua, el ataque de grupos de saqueadores tuaregs y ese único viaje interior que uno puede experimentar, noche tras noche, en las arenas del Desierto.
La narrativa del autor, seguida por una paleta de colores bañada por el ingente sol del escenario de día, y por la azulada Luna y las pequeñas hogueras de noche, sigue un ritmo pausado a conciencia, jugando con ese amor que las dunas del Sahara pueden despertar -y lo harán- sobre cualquiera que pase el suficiente tiempo en ellas como para conocerlas. Y es que, pese al drama bélico que recrea, el sentimiento que subyace tras este Los cuatro rincones del mundo es un profundo y sincero amor al misticismo del Desierto.
Dicho esto, no puedo sino concluir mi reseña mentando el parcialísimo punto de vista del autor. Convendría no olvidar el papel colonialista del Imperio francés sobre este territorio, en el cual ejerció su poder e influencia hasta bien entrado el siglo XX. Es por esto que, el hecho de leer cómo la gran inmensa parte de la trama gira en torno a la figura de un capitán francés, convertida en "leyenda" por haber mantenido el poder del Imperio francés intacto sobre la colonia, a base de sangre y fuego, me chirría sobremanera. Ya se les llame saqueadores -o lo fueran-. Se les diga rebeldes -o lo fueran-. El hecho es que ellos estaban en su tierra, y los franceses no. No hablo de buenos ni malos. De vencedores y vencidos, pero resulta obvio que la Historia la redactan los que ganan. Simplemente, como diría Fito, "Me da pena que se admire el valor en la batalla".
La lectura enriquece el alma,
Dani S.